Los japoneses tienen la creencia de que las
personas predestinadas a conocerse se encuentran unidas por un hilo rojo atado
al dedo meñique.
Esta leyenda surge cuando se descubre que la
arteria ulnar conecta el corazón con el dedo meñique. Al estar unidos por esa
arteria se comenzó a decir que los hilos rojos del destino unían los meñiques
con los corazones; es decir, simbolizaban el interés compartido y la unión de
los sentimientos. Por eso también el hecho de hacer promesas en algunos países
al entrelazar estos dedos con el otro.