De. Mónica Lalanda
(En el día Internacional de la Mujer, comparto este hermoso relato de Mónica Lalanda)
Deshacer la casa de tus padres es
el siguiente escalón a enterrarlos, un duro trago que se hace con una mezcla de
ternura, emoción y tristeza infinita. Es rescatar recuerdos, encontrar pequeños
tesoros que no recordabas o que ni siquiera sabías que existían. Te sientes
como un ladrón abriendo cajones cerrados con llave, como un intruso que husmea
en intimidades ajenas. Encuentras tu propio pasado, recuerdos de infancia, la
tuya, la de tus padres, incluso la de tus abuelos, mezclados con trazas de tus
propios hijos, fotos, dibujos “para la mejor abuela”, tarjetas…. Podrías pasar
días, semanas, quieres terminar de organizarlo pero también quieres que nunca
acabe, que continúe como metáfora de aquel primer cordón umbilical, como esa
última oportunidad de sentir su olor, todavía en los armarios llenos de sus
ropas.
En una de esos ratos de lágrimas
y de sonrisas, encontré los botones de mi madre, un enorme regalo para la
imaginación y la reflexión. He pasado dos tardes clasificándolos, mirándolos,
casi mimándolos y al final dejando plasmada su existencia en esta foto como un
homenaje a la mujer excepcional a muchos niveles que fue mi madre. Pero muchos
de sus atributos son comunes a una generación de mujeres, aquellas que fueron
niñas de la guerra y la posguerra pasando hambre y miedo, adolescentes y
jóvenes con una educación limitada (“ser médico es de hombres”), mujeres
siempre a la sombra y tutela primero de padres y luego de maridos (la
generación que ni siquiera podía abrir una cuenta en el banco o tener una
propiedad si no era con un varón) pero excelentes economistas que eran capaces
de ahorrar, de dirigir familias numerosas, fantásticas cocineras, cuidadoras
dedicadas, maestras de vida. Mujeres que individualmente no han hecho historia
pero que como generación trabajaron para levantar un país en ruinas y para que
sus hijos fuéramos mejores y tuviéramos más que ellas mismas. Unas luchadoras.
Los botones de mi madre me han
contado muchas cosas; he encontrado el pasado familiar en formas varias y
materiales diversos: cuero, nácar, metal, madera, plástico….; leo historias en
botones de los años 50 que reconozco en una foto amarillenta de mi abuela, los
de las trenzas infantiles, ropa de fiesta, de batas de estar en casa, los del
uniforme de gala de ingeniero agrónomo de mi padre, de las camisas de los babis
del colegio, botones minúsculos de ropitas de bebé, botones forrados….hay
cientos de botones, algunos preciosos, otros horribles. Resulta que en mi casa
nunca se tiraba un botón, cuando una prenda se jubilaba, se guardaban los
botones y se hacía trapos con la tela. Un eterno “por si acaso” y un constante
“esto ha costado dinero”. Y en estos cientos de botones leo el salto
generacional e intuyo cómo hemos cambiado y quizás, lo que hemos perdido.
Lo que no sé es cuantos botones
faltan, cuantos realmente fueron de utilidad, cuales se injertaron en otra
prenda; la bolsa solo tiene los que nunca llegaron a ver más vida que la foto
en la que ahora quedan inmortalizados. Y es que al final, la vida quizás sea
solo eso, una enorme bolsa de botones.