Utiliza tus cinco sentidos, ellos te ayudarán a descubrir un mundo nuevo.
viernes, 6 de septiembre de 2013
París Mon Amour” una recorrida por la Ciudad Luz
En París era una fiesta, Ernest Hemingway
dijo:
“Nunca escribas sobre un lugar hasta que estés lejos de él, porque
ese alejamiento te da una mayor perspectiva”
PARÍS
París, una de las ciudades más bellas y extraordinarias
de Europa, ha sido descrita en innumerables ocasiones a lo largo del tiempo:
estimulante, impactante, inabarcable, con una belleza que impacta todos los
sentidos, llena de luz y magia en ocasiones, melancólica y gris en otras…
Al visitar la ciudad por primera vez, muchas son las
expectativas que genera la capital de Francia a sus visitantes: enamorarse a
orillas del Sena, intelectuales, artistas y bohemios en cafés, parisinos
antipáticos y altivos, música de acordeones resonando en el empedrado de sus
calles… y cuando te marchas de ella, puede que esas expectativas no se hayan
visto reflejadas en la ciudad o que, por el contrario, se hayan magnificado.
París es una ciudad con un clima variado, donde cada
estación se disfruta de una forma particular. Cuando el termómetro sube en
verano, los parisinos acuden al nuevo París Plage, a orillas del Sena, donde
durante los meses de julio y agosto se disfruta de las piscinas, la arena y las
tumbonas.
La mejor época para visitar la ciudad es, sin duda, la
famosa primavera de París, entre abril y junio, cuando los días son soleados y
no hace un calor excesivo. El otoño y el invierno también son apropiados, sobre
todo porque hay menos turistas.
Aunque, en realidad, cualquier momento del año
es idóneo para visitar una de las mejores ciudades del mundo.
Comencemos
a recorrerla… Tomate el tiempo que desees, para recorrer cada lugar; hazlo
Cuando quieras, Cuando puedas y Cuantas veces quieras…
París - Francia:
Visit the LouvreMuseum:
Champs Elysee:
Montmartre, París:
Montmartre and Pigalle, Paris:
Cafecito en París
Románticos, bohemios, elegantes, literarios, los bares
forman parte de los rituales infaltables de los franceses, que pasan horas y
horas en sus mesas.
Si vas a París por primera vez, y caminando recorres
sus calles y cruzas varios puentes sobre el Sena, el río que divide a la ciudad
en dos y marca algunas diferencias y costumbres sociales, excepto un ritual que
no es ajeno a ningún rincón de París: los cafés. Sumergiendote en sus estrechas
calles, terminarás en alguno de sus bares, como el Café du Métro, sobre el
Boulevard Saint-Germain, tan lindo como el Café Crème, en el cartier Le
Marais, pero diferente. Rodeando plazas pequeñas y escondidas, a lo largo
de las callejuelas parisinas o de los grandes bulevares, los cafés invitan a sentarse,
a compartir una costumbre cotidiana con amigos, o simplemente sola/o. Es el
lugar donde se produce “el encuentro” con el otro y con uno mismo. En sus mesas
la gente lee el diario, estudia, hace música, dibuja, reflexiona… Entre un café
au lait o un expresso, los parisinos y los extranjeros disfrutan el
sol en sus terrazas. Allí, un café es mucho más que eso.
Debe de haber pocos símbolos más parisinos que sus
cafés, boulangeries (panaderías) y pâtisseries (pastelerías). De
los más antiguos y cargados de historia a los más populares o de última moda,
los bares van desde una mesita improvisada dentro de un local de paso hasta
grandes edificios en los puntos centrales de la ciudad. En cualquier caso, la
costumbre es salir de alguno de ellos con una baguette crujiente o con
un paquete de croissants recién horneados.
“Los cafés en París nunca están vacios; cuando caminás
por las grandes avenidas o por las callecitas angostas, ves a la gente sentada,
leyendo el diario, tomando su expresso al regreso de la panadería.
¿Horarios? No hay; están ahí desde la mañanita hasta la noche… mientras la baguette
recién comprada descansa sobre la mesa.
¿Por qué los habitantes de la Ciudad Luz son tan
fieles a esta costumbre? Se parece a un hábito bien nuestro: “Puedes compararlo
con los cafés porteños o con el mate, que nosotros tomamos en casa, en el
trabajo, en la universidad… hasta invitamos a nuestros amigos ‘a tomar unos
mates’. Es una manera de compartir, de contarle a alguien lo que nos pasó en el
día o, simplemente, de sacarnos las ganas de tomar algo rico”.
Dicen que en París hay más de 10.000 cafés; hay uno en
cada calle, en cada museo, en cada librería, en cada esquina. De cara al sol o
en el interior de un edificio, bastará con pedir un petit noir (café con
una gota de leche), un grand crème (café con leche), una tisane
(té de hierbas) o un jugo de naranjas recién exprimidas, para suspender el
pensamiento y disfrutar de l’art francais de ne rien faire, del arte de
no hacer nada, de ese ocio tan celebrado por los poetas franceses de todos los
tiempos. El aire huele a café.
A los parisinos les gusta
parar en los cafés para descansar o para encontrarse y charlar con amigos. A la
mañana eligen café, croissants y sándwiches. Si no, sólo toman café en la
barra.
Hay cafés en
todas las cuadras y casi todos tienen mesas en la vereda para tomar sol. En los
bares del centro de París, el público típico son los turistas, la gente de
negocios, las amigas que se encuentran a la tarde y las parejas de gente mayor
que va a tomar algo después de ver una película. A la hora del almuerzo, todo
tipo de gente hace una parada para comer algo.
“Los franceses aman los dulces y las masas, y los
eligen tan cuidadosamente como la ropa. Hay algunos cafés que parecen haber
estado desde siempre y ahora son reconocidos como verdaderos monumentos
parisinos. Son muy famosos por ejemplo, los literarios, como De Flore, Deux
Magots, La Closerie des Lilas, La Coupole y La Rotonde, a la izquierda del Río
Sena. A la derecha, son un clásico Le Grand Café y el Café de la Paix”.
Si todavía corre una brisa o el frío avanza, un chocolat
chaud (chocolate caliente) con una brioche (bollo dulce), un pain au
chocolate (una especie de factura rellena con chocolate) o una tarte
tatin con su perfume de manzanas tibias puede depararnos el cielo, al igual
que los clásicos sándwiches de jamón y queso croque moinsieur, los
dulces crêpes Suzettes, los tradicionales macarons o una quiche
lorraine, exquisita tarta salada de queso y panceta.
Una vez, le pidieron a Jorge Luis Borges que contara
qué significaba para él la poesía. Y el escritor contestó sin eufemismos:
“Señora, ¿cómo definiría usted el olor a café?”.
Tómate un café mientras disfrutas del siguiente video:
MÚSICA
FRANCESA ROMÁNTICA en Cafés de PARIS / M. Math
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