(Relato reflexivo + cuento) de María Cecilia Fourcade Galtier
Las primeras horas de la mañana corrían ya; el sol apenas asomaba,
entibiando el aire puro, e iluminando con su brillo, el paisaje que
transitaba. Mientras caminaba, el tiempo
parecía hacerlo suavemente, como en cámara lenta; para poder disfrutar a pleno,
cada segundo de él.
Volvía de la panadería, donde había comprado el pan, calentito, recién
horneado, para tomar el desayuno.
Ya de regreso en mi casa, mientras calentaba el café, observaba por la
ventana, el jardín que había comenzado a matizar su color, entre amarillos,
ocres y verdes. Una hermosa paleta de colores típica del otoño.
Si, el otoño había comenzado. Un cálido abrazo, entre hojas que crujen
y caen para contarnos que se acerca el fin de un ciclo, pero también la
oportunidad de un nuevo reverdecer.
El sol tibio ilumina las primeras hojas doradas, que caen de los
árboles. El tiempo comienza a marcar otro ritmo, un compás amigable, con ese nuevo
entorno, que se dibuja a través de la ventana. Anochecerá más temprano, es
cierto. Por eso, vale la pena disfrutar cada uno de los instantes, que nos
regalan, los días del otoño. La oportunidad de sentir cobijo puertas adentro,
pero también, de respirar hondo el aire fresco, que se nos ofrece, en una
caricia suave y misteriosa, cada mañana. Viento en la cara,
¿hay una imagen mejor para ilustrar el
verbo vivir?
Vivo sola, en este lugar, al que llamo mi paraíso, mi “Sérénité”…
difícil se hace describirlo con palabras, donde en realidad, aquí intervienen
todos los sentidos.
Es el mejor escenario, donde puedo darle espacio a mi solitud (una de
las tres formas de la soledad).
Si, No hay una única manera de estar solos: hay quienes lo viven como
una carencia, pero también están quienes se sienten a gusto frente a la
oportunidad de conquistar su territorio interno, para luego vincularse
positivamente con otros.
La solitud: una antigua palabra de nuestro idioma, que me gusta
imaginar, creada por quien sabe trazar un puente, entre la soledad y la
plenitud. Algunas personas, anhelamos la solitud, pues estamos saturadas de
ruido, de gente, de demanda… o porque, simplemente, somos solitarias en alto
grado: la elegimos como estilo de vida. Así, encontramos que la solitud, es
casi como una materia prima: aquella, con la que construimos nuestros días,
nuestras horas, nuestros descansos, nuestras creaciones y recreaciones.
Cuando la solitud es sana, tiene además un espacio jolgorioso, al que
invitar a las personas elegidas. El contacto con los demás, en esta persona
solitaria, puede ser algo precioso, semejante al sonar de las notas de una
música −serena o cantarina−, que sólo puede apreciarse, justamente, porque
tiene como fondo un grato silencio, confeccionado por esa soledad elegida.
Hoy, esa materia prima, me inspiró para escribir este relato, sobre el
“Valor de la Vida” y del “Disfrutar del momento”.
Yo asisto todas las tardes, a una Residencia para personas mayores,
para acompañar a una abuela muy especial.
En estos días, se produjo una mudanza en el hogar, a una nueva casa,
mucho más grande y confortable para ellos.
Mientras aguardaba para acompañarla, donde sería su nueva habitación,
charlaba con ella, hasta que la asistente, nos avisa, que ya podemos pasar
allí.
Conforme camina lentamente, usando su bastón, yo le voy describiendo
su cuarto, incluyendo la hoja de papel que sirve como cortina en la ventana,
“Me gusta mucho”, dijo con el entusiasmo de una niña, que ha recibido un
regalo.
- Pero abuela, usted no ha visto su cuarto,
espere un momento, ya casi llegamos.
- “Eso no tiene nada que ver”, contesta.
- “La felicidad yo la elijo por
adelantado. Si me gusta o no el cuarto, no depende del mobiliario o la
decoración, sino de cómo yo decido verlo”.
- “Ya está decidido en mi
mente, que me gusta mi cuarto. Es una decisión que tomo cada mañana cuando me
levanto”.
“Yo puedo escoger: Puedo pasar mi día en la cama enumerando todas las
dificultades que tengo con las partes de mi cuerpo que no funcionan bien, o
puedo levantarme y dar gracias a Dios por aquellas partes que todavía trabajan
bien”.
“Cada día es un regalo, y
mientras yo pueda abrir mis ojos, me enfocaré en el nuevo día y en todos
los recuerdos felices que he construido durante mi vida”.
“El valor de las cosas no está en el tiempo que duran, sino en la
intensidad con que suceden. Por eso existen momentos inolvidables, cosas
inexplicables y personas incomparables”.
La verdad, que me quedé muda… Que fuerte, la lección de vida, que ella
me estaba dando!! Que inyección de POSITIVISMO!!!
Las actitudes que tomamos en cada instante, condicionan y crean
nuestro futuro, y son una herramienta poderosísima, de la que a menudo, no
somos conscientes, ya que en las actitudes que adoptemos, reside el signo y el
significado final, que tendrá nuestra vida.
“Cuando mi sufrimiento se incrementó, pronto me di cuenta de que había
dos maneras con las que podía responder a la situación: reaccionar con amargura
o transformar el sufrimiento en una fuerza creativa”. Cita de Martín Luther
King.
Por eso, me hace muy feliz, interactuar con ella, y todas las personas
mayores a las que ayudo; pues es una ida y vuelta. Yo les enseño, lo nuevo y
los adelantos de este tiempo; y ellos, me entregan toda su sabiduría y
experiencias de vida.
Gracias Dios, por elegirme, para entregar mi tiempo y trabajo en esto
que realizo!!... Y por el don de escribir, para poder compartir todo esto, con
todos los demás. Me nutre de felicidad día a día.
Cómo disfruto, de cada momento de mi vida!! Y me gustaría, que los demás, también lo
hicieran… Por ello, les voy a contar este cuento, como reflexión final; porque
sé que les va a movilizar…
Había una vez un hombre que estaba decidido a disfrutar de la vida.
Él creía que para eso debía tener suficiente dinero.
Había pensado que no existe el verdadero placer, mientras éste, deba
ser interrumpido, por el indeseable hecho, de tener que dedicarse a ganar
dinero.
Pensó, ya que era tan ordenado, que debía dividir su vida para no
distraerse en ninguno de los dos procesos: primero ganaría dinero y luego disfrutaría
de los placeres que deseara.
Evaluó que un millón de dólares sería suficiente para vivir toda la
vida, tranquilo. El hombre dedicó todo su esfuerzo a producir y acumular
riquezas.
Durante años, cada viernes abría su libro de cuentas y sumaba sus
bienes.
- Cuando llegue al millón- se
dijo- no trabajaré más. Será el momento del goce y la diversión. No debo
permitir que me pase lo de otros- se repetía-, que al llegar al primer millón,
empiezan a querer otro más.
Y fiel a su duda hizo un enorme cartel que colgó en la pared:
SOLAMENTE UN MILLON
Pasaron los años.
El hombre sumaba y juntaba. Cada vez estaba más cerca. Se relamía
anticipando el placer que le esperaba.
Un viernes se sorprendió de sus propios números:
La suma daba 999.999,75
¡Faltaban 25 centavos para el millón! Casi con desesperación empezó a
buscar en cada chaqueta, en cada pantalón, en cada cajón las monedas que
faltaban….No quería tener que aguardar una semana más.
En el último cajón de un armario encontró finalmente los 25 centavos deseados.
Se sentó en su escritorio y escribió en números enormes:
1.000.000
Satisfecho, cerró sus libros, miró el cartel y se dijo:
- Solamente uno. Ahora a
disfrutar…
En ese momento sonó la puerta.
El hombre no esperaba a nadie. Sorprendido, fue a abrir. Una mujer
vestida de negro con una hoz en la mano le dijo:
- Es tu hora.
La muerte había llegado.
- No….- balbuceó el hombre-.
Todavía no…..No estoy preparado.
- Es tu hora- repitió la
muerte.
- Es que yo…..El dinero….El
placer….
- Lo siento, es tu hora.
- Por favor, dame aunque sea
un año más, yo postergué todo esperando este momento, por favor…
- Lo lamento- dijo La muerte.
- Hagamos un trato- propuso
desesperado-: yo he conseguido juntar un millón de dólares, llévate la mitad y
dame un año más. ¿Sí?
- No.
- Por favor. Llévate 750.000 y
dame un mes….
- No hay trato.
- 900.000 por una semana.
- No hay trato.
- Hagamos una cosa. Llévatelo
todo pero dame aunque sea un día. Tengo tantas cosas por hacer, tanta gente a
la que ver, he postergado tantas palabras…por favor.
- Es tu hora- repitió La
muerte, implacable.
El hombre, bajo la cabeza, resignado.
- ¿Tengo unos minutos más?-
preguntó.
La muerte miró unos pocos granos de arena en su reloj y dijo:
- Sí.
El hombre tomó su pluma, un papel de su escritorio y escribió:
Lector:
Quienquiera que seas. Yo no pude comprar un día de vida con todo mi
dinero.
Cuidado con lo que haces con tu tiempo.
Es tu mayor fortuna…
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