(Anécdota de mi adolescencia)
Hace ya un tiempo, que se me ha dado por escribir,
relatar mis sentires.
En realidad siempre lo hice; lo hacia
escribiendo cartas a mis amigos, y/o familiares. Pero este último tiempo, lo
estoy haciendo más a menudo; como si fuera un hobbie; o quizás, ¿Se me habrá
despertado la vocación de escritora?... Aunque, para ser esto último, falta
mucho aprendizaje.
Esto que voy a escribir, le llamé Ensayo.
¿Porqué?...
Debido a mi problema auditivo, la sordera se va
agudizando; y va ha llegar un momento, que ni con el audífono, podré escuchar;
Quedando así, completamente sorda. Y para ese entonces, tendré que comunicarme,
mediante la escritura. Entonces, hasta que llegue ese momento, voy “ensayando”.
En este ensayo, voy a relatar una anécdota de mi
adolescencia…
Hace unos días, me reencontré en Facebook, con
Alejandro; Amigo de mi hermano, y ex vecino nuestro, de la época de nuestra
adolescencia. Por lo que, hacia muchos años, que no lo veía. Toda una vida…
Intercambiamos una pequeña charla o chat. Y entre una de las cosas que Ale dijo; fue
recriminarme, porque yo, no lo había
invitado nunca, a una de mis fiestas.
Fue ahí, que yo le respondí:
Yo nunca, tuve una fiesta propia; ni para los cumpleaños,
ni para los quince, ni ninguna otra celebración importante. El que solía
realizar fiestas, en ese entonces, era mi hermano, que organizaba algunos asaltos,
para practicar como disc. jockey. Pero si, tuve mi Noche de Cenicienta.
Y
Ale dijo:
No sabía que existía una Noche de Cenicienta;
Que es?...
Y Yo le respondí: No Alejandro; No existe una Noche de cenicienta;
es una anécdota, que viví yo en mi adolescencia.
Y Ale me dijo: Me la cuentas!... y le respondí:
Si, pero no ahora, porque sería muy largo. En otra oportunidad, lo haré.
Y este, es el momento.
Corría el año 1974; Año de mi adolescencia.
Cumplía ya mis 15 años; el sueño de toda niña; y la etapa más hermosa!, donde
se produce la transformación, de niña a mujercita.
La etapa de la coquetería, del
nacimiento de los primeros amores, y de muchos cambios físicos y psicológicos.
Recuerdo con gran placer, cuando tenía unos 13
años; para el cumpleaños de una amiga, que me había invitado a su fiesta; mamá me compró, por primera vez, medias finas,
y unos zapatitos de charol, que tenían un poquito de taco.
Lo importante y
feliz que me sentí; en especial, cuando mis compañeras, comentaban, sobre tal
detalle.
Yo concurría al colegio Cristo Rey, que por
entonces, era solo de niñas. Ese año, cumplíamos los quince, por lo que
comenzaban las fiestas, para las que podían realizarla.
En mi casó, no pude tener mi fiesta de quince; y
hasta recuerdo (y analizo ahora de grande), tuve una pequeña crisis depresiva y
me enfermé. Pues unos años antes, había fallecido a sus quince años, mi Tía
Patricia (hermana menor de mi papá) con la cual, éramos muy compañeras y
compinches. Y fue allí, que hice catarsis.
Un día, una compañera de curso, cumplía sus quince,
y preparaba su gran fiesta; a realizarse, en los salones del Jockey Club. Una
fiesta, con todos los lujos, por tratarse de una familia importante de Río
Cuarto.
Pero, a pesar de que éramos compañeras de curso,
yo no fui invitada, por no ser, del círculo de sus amigas más intimas.
Pero ocurrió que, mi hermano Gustavo, fue
contratado como Disc Jockey, para amenizar la fiesta, por ser el Top Ten del
momento. Y fue allí, que a último
momento, se vio comprometida a invitarme.
Yo no tenía un vestido para esa ocasión, por lo
que mi mamá, se puso a coser, y me reformó un vestido de ella, adaptándolo y poniéndole
detalles para mí. Era muy sencillo, pero a la vez, muy lindo y delicado.
Esa noche, estaba tan emocionada, como si fuera
mi fiesta de quince. Como así también, estaba tan hermosa, que mamá, le pidió a
un amigo y compañero de trabajo de papá (Pizarro), quien se encontraba de
visita, en casa; me tomara unas fotografías, para que guardara como recuerdo de
los quince años.
El vestido era largo, con un delicado estampado
de arabescos blancos, con una suave transparencia, de fondo celeste pálido; y
los detalles de manguitas cortas y cuello, de organza celeste pálido.
Llevaba mi cabello muy corto; y como detalle, en
el cuello, una cinta negra, con un camafeo.
Algo antigua, pero muy delicada y femenina a la vez.
Me sentí muy emocionada, al ingresar, subiendo
esas escalinatas majestuosas del Jockey Club.
Y lo maravilloso, ocurrió en instantes.
Apareció como invitado, Eduardo… Que era el
galancito de la época, en la ciudad; por lo que todas las chicas, morían por él,
y todas deseaban estar con él.
Y Oh, sorpresa!!! Se me arrimó, y me invitó a
bailar… y no me dejó en toda la noche, ya que, cuando dejábamos de bailar, nos
íbamos a sentar, en un Living, a charlar y tomar unos tragos.
Las demás chicas, se morían de la rabia y envidia!!! Yo, casi una colada a la fiesta, acaparé al
Príncipe, toda la noche.
Aunque la magia, duró solo esa noche. Ya que no
pasó más, que una hermosa noche de gala.
Y así, se convirtió en mi anécdota, de la Noche
de Cenicienta.
Gracias por compartirlo. Hermoso tu ensayo. bellas fotos. Te enviaré otros comentarios por privado. Besos.
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