Otosclerosis: El Ladrón
Silencioso
(Experiencia personal +
Información Técnica)
La
sordera es una discapacidad invisible, tan invisible que solo se dieron cuenta
que no escuchaba del oído izquierdo a mis 10 años cuando en realidad ya no
escuchaba más desde los seis.
-¡Prestá
atención! – gritaba mi madre - A ver, repetí, ¿Qué te dije?
Mi
palabra preferida era ¿Qué? Mi comodín.
En
el colegio era tímida y me sentaba en el último asiento, en la esquina opuesta
a la que estaban los profesores, para que no me llamasen al pizarrón. En clase
me la pasaba dibujando, los profesores se enojaban porque no les prestaba
atención. Me arrancaban la hoja y me obligaban a mirarlos. Yo me perdía entre
los movimientos de sus misteriosos labios porque que no los sabía leer, ni
sabía que era hipoacúsica, solo sabía que era una chica distraída que vivía en
otro mundo y le importaba un bledo lo que pasaba a su alrededor.
– ¡Lo hiciste a propósito! – reclamaba Viviana luego de una prueba, porque no le había soplado las preguntas.
– ¡Lo hiciste a propósito! – reclamaba Viviana luego de una prueba, porque no le había soplado las preguntas.
–
No
te escuché, le respondía, pero ella no me creía y se enojaba conmigo.
–
Yo
pensaba que no le había escuchado porque había hablado en voz baja.
Era
ignorante, me parecía normal no oír el insoportable tic, tac del despertador al
girar la cabeza en la cama. Se lo atribuía a la posición. Lo mismo me pasaba en
el cine cuando me hablaba una amiga del oído sordo. Me daba vuelta y la
escuchaba. Se lo atribuía a la acústica.
En
el recreo siempre leía un libro. Mi mente viajaba con las palabras, frases,
párrafos y capítulos, a lugares remotos y hermosos, a veces tenebrosos y otros
dolorosos. En esos lugares donde nadie me criticaba por no prestar atención,
ser egoísta, vivir en la luna; por ser una adolescente que solo sabe mirar su
propio ombligo y nada más.
Y
luego vino la adolescencia. Me sentía insegura porque no aceptaba mi
discapacidad, que descubrí a los 10 años gracias a mis padres, que sospecharon, que algo no
andaba bien, porque yo giraba mi cabeza, cuando me hablaban, como direccionando
mis radares; o el uso excesivo de la palabra ¿Qué?... Me sometieron a una prueba,
sin que yo me diera cuenta. Mientras Papá me ayudaba a preparar para ir al
colegio, él sentado y yo parada de espaldas, entre sus piernas, para quedar a
su altura, y así poder abrocharme el delantal, me hablaba muy bajito.
La otoesclerosis avanzaba y cada día escuchaba
peor. No me gustaba ir a las fiestas porque la música me aturdía y la oscuridad
me alejaba de las personas. Me sentía invisible y extranjera. Hasta yo creí,
que era mi carácter introvertido.
Esos
comportamientos pasaron inadvertidos por mis padres, porque era adolescente y
es común en esa etapa, aún no definir nuestras actitudes.
La
gente nunca me registró como una persona sorda (la palabra hipoacúsica la
conocí mucho después). Me veían rara, apática, introvertida, tímida, soberbia –
de todo – menos sorda.
Pasaron
muchos años para darme cuenta que también quería escapar de la sordera, y
pasaron otros tantos años más, para aceptar esa realidad.
Tuve
una vida normal a pesar de las dificultades que se me presentaban diariamente
por el hecho de no escuchar. Se aprovechaban de mi discapacidad en el trabajo y
en las relaciones. Hasta mi hijo se aprovechaba para hacer pavadas sin que le
molestase.
Si
desconocían de mi dificultad, el acto era sin querer; pero muchas veces,
conociéndolo, lo hacían, adrede, en tono de burla.
Me
encanta la música y cantar; y esta dificultad, no me impidió, para realizar
esta pasión, integrando varios coros.
Siempre
viví entre oyentes (no conocía sordos). Fui feliz y todavía lo soy. Tengo
proyectos, amigos, familia, hijos, y la música.
No
me puedo quejar, pero a veces, cuando tengo problemas de comunicación, que me
causan gran frustración, me pregunto: ¿Por qué no? ¿Por qué no me puedo quejar
cuando me quedo sola por la falta de audición?
Tengo
que hacer un esfuerzo para estar comunicada y las personas que conviven conmigo
también lo tienen que hacer. A decir verdad tengo que hacer un esfuerzo para
estar comunicada con cualquiera, pero cuando el vínculo es más estrecho, el
esfuerzo es mayor porque también lo es el amor.
¿Cómo
puedo explicar lo que oigo y escucho? ¿la diferencia de los dos? ¿la confusión
entre los dos? ¿la distorsión? ¿la interpretación? No lo sé, lo intenté por
todos los medios, no se puede, no se explica, se siente, y nada más. Lo mismo
le pasa a un oyente cuando quiere explicar la música a quién no la conoce. No
puede.
Mi
hijo me reclama:
–
No me estás escuchando, mamá – me dice cuando me distraigo. Los gestos de mi
cara cambian, es algo sutil, que pocos pueden leer. Es la cara: hago que te
entiendo.
Dejo
de escuchar por muchos motivos, y uno de ellos es el cansancio. En esos
momentos vienen los problemas del tipo:
–
No te interesa mi vida, no me prestás atención.
–
Me interesa, pero no te escuché.
–
Me estabas mirando cuando te hablé.
–
Pero no escuché, soy sorda.
–
Pero no parecés sorda, yo me olvido que lo sos.
Ya
no sé si tomarme eso como un cumplido o como un problema. La gente no me
comprende porque no me acepta como sorda. Y lo soy, escucho con un solo oído y
con un aparato electrónico.
Parezco
oyente por tres motivos. El primero porque la sordera es invisible, el segundo
porque hablo como una oyente.
Por
último tengo un cerebro de oyente. Me crié entre ellos, fui a un colegio común,
sin fonoaudiólogas, ni lectura labial.
Hace
unos años, gracias a la insistencia de mi familia y a la ayuda económica que me
proporcionaron mis hermanos, concurrí al Otorrinolaringólogo.
Blanqueé
la situación. Me colocaron un audífono. Empecé a presentarme con un: Hola, háblame
despacio porque soy sorda. Me adapté.Y esto me permite escuchar un universo de
sonidos, que sin él, dejan de existir.
Los
años suman y la edad, no pasa desapercibida para muchas cosas. Sigo oyendo con
la ayuda de audífonos a través del oído derecho, mientras la otosclerosis sigue
su curso.
Pero
gracias a ese minúsculo aparatito digital, aprendí a decodificar los sonidos,
con el cual, casi no oía los ruidos de fondo, pero lograba entender algunas
palabras, que completaba con la lectura labial.
En
mi primera visita al otorrinolaringólogo, me habló por primera vez del implante
coclear. Mi información sobre el tema era muy escasa. El médico me hizo hacer
una resonancia magnética y dijo que podría hacerme un implante coclear en el
oído izquierdo, con el que no oigo desde bebé (creo). A través del implante el
nervio puede recibir informaciones sonoras a pesar de que el oído medio esté
dañado. Pero la operación, tiene su dificultad y un costo excesivo.
Pero
buscando información y leyendo muchos testimonios y casos similar al mío,
descubrí que en Argentina existen leyes que amparan a los deficientes auditivos
y cubren el implante coclear desde los inicios, pero poca gente lo sabe.
Testigos
afirmaron, que tuvieron que esperar meses para conseguir la aprobación de la
prepaga y hacer valer sus derechos.
Y
esto me llevó a descubrir, que la información es poderosa. Los deficientes
auditivos no sólo tenemos derecho a un implante por ley, sino que también
tenemos derecho a las calibraciones y mantenimientos posteriores a la cirugía.
Ahora
sé que con la cirugía, tendría una nueva esperanza, en descubrir nuevos sonidos, poder seguir una conversación sin hacer
esfuerzo y sin la necesidad de la lectura labial. Escuchar música y hablar con
algunas personas por teléfono, oír los perros ladrar, los niños llorar, las
bocinas, la voz de mi hijo y muchos otros sonidos que me llenaran de alegría la
vida.
Todavía
tengo un largo camino para recorrer y muchas conquistas para ganar.
Información Técnica:
Otosclerosis: El Ladrón
Silencioso
Enfermedad
frecuentemente hereditaria (80%), de causa desconocida, que afecta a los oídos
medio e interno produciendo pérdida auditiva. Casi siempre afecta a los dos
oídos (80%). En las mujeres la audición suele empeorar con los embarazos, la
lactancia y los anticonceptivos.
Se
caracteriza por una pérdida progresiva de la audición por fijación del estribo
(uno de los huesos de la cadena de huesecillos del oído medio) y a veces
también por lesión del oído interno. En la mayoría de los pacientes la pérdida
auditiva es fundamentalmente producida por la fijación del estribo, aunque con
los años los pacientes también tienen afectación del oído interno auditivo o
cóclea.
Así
mismo, frecuentemente los pacientes tienen ruidos de oído llamados Acúfenos o
Tinnitus que aparecen en algún momento de la evolución de la enfermedad.
Algunos
pacientes pueden notar mareos más o menos severos que pueden llegar a producir
sensación de rotación (vértigo), náuseas y vómitos.
Su
tratamiento es quirúrgico (estapedectomía o estapedotomía). Esta operación
consiste en sustituir el estribo que está fijo y no transmite el sonido a causa
de la otosclerosis, por una prótesis, ya sea de platino y teflón o titanio. Con
la estapedectomía parcial, en nuestra estadística, se consigue una recuperación
auditiva en el 98% de los pacientes a corto plazo (1 año) y del 92% de los
pacientes a largo plazo (10 años). No tenemos estadística de los resultados a
más de 10 años por las dificultades que supone localizar a los pacientes.
La
intervención es de corta duración y se puede hacer con neurolepto-analgesia. El
postoperatorio supone una hospitalización media inferior a un día. Los
resultados a corto plazo se conocen al mes de la intervención. Los pacientes
que recuperan audición (98%), empiezan a notar la mejoría a la semana de la
intervención (segunda cura). Al principio la audición es intensa y de mala
calidad (como oír por un micrófono) y molestan los sonidos intensos. Durante el
primer mes los operados se van habituando poco a poco a oír, aunque la calidad
de la audición mejora hasta pasado un año desde la intervención.
El
grado de recuperación depende de la mayor o menor afectación preoperatorio
(antes de la operación) del oído interno. Esta afectación marca el límite de la
posible recuperación de la audición, ya que toda la pérdida que no sea debida a
la fijación del estribo no podrá ser recuperada quirúrgicamente. Es por ello
que aún con un excelente resultado auditivo tras la operación, el paciente
puede precisar el uso de prótesis acústicas (audífonos), si la otosclerosis
había ya afectado seriamente al oído interno.
Con
el paso del tiempo, si sigue progresando la enfermedad, y por lo tanto,
afectándose el oído interno, no tendrá solución quirúrgica y sólo las prótesis
acústicas mejorarían la audición.
Durante
la semana que sigue a la intervención algunos operados (menos del 10%) notan un
ligero mareo, como andar entre nubes o inestabilidad, que no les impide hacer
una vida normal. Excepcionalmente el mareo es más intenso y obliga a guardar
reposo durante dos o tres días. También pueden notar alteración en el gusto de
la punta de la lengua del lado operado. El vértigo intenso con sensación de
rotación, náuseas y vómitos en el postoperatorio inmediato son excepcionales,
solo aparece en menos del 0,5% de los pacientes en los que se produce una
afectación del oído interno.
Los
fracasos con pérdida auditiva, por la afectación del oído interno
irrecuperable, se presentan en aproximadamente el 0,5% de los operados. En
algunos de estos pacientes la pérdida puede ser completa. Dado que siempre
existe este riesgo, se intenta que la operación sea lo menos traumática
posible, para lo que usamos un Láser de Erbium Yag en la mayoría de los casos.
En
algunos pacientes, la transmisión que efectúa la prótesis se puede alterar por
desplazamientos de ésta o por alteraciones del hueso que la soporta (yunque),
en cuyo caso sí es posible realizar revisión quirúrgica con buenos resultados.
Se
han propuesto tratamientos médicos para detener la pérdida auditiva en la
otoesclerosis (fluoruro sódico, calcio y otros) pero no existe evidencia
científica convincente de que lo consigan.
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