Románticos, bohemios, elegantes,
literarios, los bares forman parte de los rituales infaltables de los
franceses, que pasan horas y horas en sus mesas.
Mon
cher ami Cecil.
Comme tu me manques ami !! Je manque ces bons moments que nous avons utilisés pour aller avec le café entre les deux, et des conversations sans fin ... toujours J’espère que vous pouvez réaliser votre rêve, et nous prenons le café ici.
Donc, aujourd'hui, je vais vous dire le plaisir d'un café à Paris ... A continuación, la traducción :
Comme tu me manques ami !! Je manque ces bons moments que nous avons utilisés pour aller avec le café entre les deux, et des conversations sans fin ... toujours J’espère que vous pouvez réaliser votre rêve, et nous prenons le café ici.
Donc, aujourd'hui, je vais vous dire le plaisir d'un café à Paris ... A continuación, la traducción :
Mi
querida Amiga Cecilia.
Cuanto
te extraño amiga!! Extraño esos agradables momentos que solíamos pasar, con
café de por medio, y de conversaciones interminables... Aún espero, que tú
puedas cumplir tu sueño, y nos tomemos el café aquí. Por eso, hoy te contaré del placer, de un
cafecito en París:
C uando
llegué a París por primera vez, estaba sola. Ese día caminé toda la tarde,
recorrí sus calles y crucé varios puentes sobre el Sena, el rio que divide a la
ciudad en dos y marca algunas diferencias y costumbres sociales, excepto un
ritual que no es ajeno a ningún rincón de París: los cafés.
Hoy,
hace un año y medio que vivo aquí y me sigo sumergiendo en sus estrechas calles
para terminar en alguno de sus bares, como el Café du Métro, sobre el Boulevard Saint-Germain, tan lindo como el Café Crème, en el Cartier Le Marais, pero diferente.
Rodeando
plazas pequeñas y escondidas, a lo largo de las callejuelas parisinas o de los
grandes bulevares, los cafés invitan a sentarse, a compartir una costumbre
cotidiana con amigos, con compañeros de la universidad, o simplemente sola. Es
el lugar donde se produce ‘el encuentro’ con el otro y con uno mismo. En sus
mesas la gente lee el diario, estudia, hace música, dibuja, reflexiona… Entre
un café au lait o un expresso, los parisinos y los
extranjeros disfrutamos el sol en sus terrazas. Aquí, un café es mucho más que
eso.
Debe de haber pocos símbolos más parisinos que
sus cafés, boulangeries (panaderías)
y pâtisseries (pastelerías). De los
más antiguos y cargados de historia a los más populares o de última moda, los
bares van desde una mesita improvisada dentro de un local de paso hasta grandes
edificios en los puntos centrales de la ciudad. En cualquier caso, la costumbre
es salir de alguno de ellos con una baguette crujiente o con un paquete de
croissants recién horneados.
Los cafés en París nunca están vacíos; cuando
caminas por las grandes avenidas o por las callecitas angostas, ves a la gente
sentada, leyendo el diario, tomando su expresso al regreso de la panadería.
¿Horarios? No hay; están ahí desde la mañanita hasta la noche… mientras la
baguette recién comprada descansa sobre la mesa.
¿Por qué los habitantes de la Ciudad Luz son tan
fieles a esta costumbre? Se parece a un hábito bien nuestro: Puedo compararlo
con los cafés porteños o con el mate, que nosotros tomamos en casa, en el
trabajo, en la universidad… hasta invitamos a nuestros amigos a tomar mates. Es
una manera de compartir, de contarle a alguien lo que nos pasó en el día o,
simplemente, de sacarnos las ganas de tomar algo rico.
Dicen que en París hay más de 10.000 cafés; hay uno
en cada calle, en cada museo, en cada librería, en cada esquina. De cara al sol
o en el interior de un edificio, bastará con pedir un petit noir (café con una gota de leche), un grand crème (café con leche), una tisane (té de hierbas) o un jugo de naranjas recién exprimidas,
para suspender el pensamiento y disfrutar de l’art francais de ne rien faire, del arte de no hacer nada, de ese
ocio tan celebrado por los poetas franceses de todos los tiempos. El aire huele
a café.
Christiane Michels es fotógrafa, oriunda de París y,
claro, ama los cafés. Sobre todo, muy temprano a la mañana, cuando todavía no
hay nadie y las sillas aún están apiladas. Me contó. “A los parisinos nos gusta
parar en los cafés para descansar o para encontrarnos y charlar con amigos. A
la mañana elegimos café, croissants y sándwiches. Si no, sólo tomamos un café en
la barra.”
Hay cafés en todas las cuadras y casi todos tienen
mesas en la vereda para tomar sol. En los bares del centro de París, el público
típico son los turistas, la gente de negocios, las amigas que se encuentran a
la tarde y las parejas de gente mayor que va a tomar algo después de ver una
película. A la hora del almuerzo, todo tipo de gente hace una parada para comer
algo.
“Los franceses amamos los dulces y las masas, y los
elegimos tan cuidadosamente como la ropa.
Hay algunos cafés que parecen haber estado desde
siempre y ahora son reconocidos como verdaderos monumentos parisinos. Son muy
famosos, por ejemplo, los literarios, como De
Flore, Deux Magots, La Closerie des Lilas, La Coupole y La Rotonde, a la
izquierda del Río Sena. A la derecha, son un clásico Le Grand Café y el Café de la Paix.
¿Los
acompañamientos? Si todavía corre una brisa o el frío avanza, un chocolat chaud (chocolate caliente) con una brioche (bollo dulce), un pain au chocolate (una especie de
factura rellena con chocolate) o una tarte
tatin con su perfume de manzanas tibias puede depararnos el cielo, al igual
que los clásicos sandwiches de jamón y
queso croque monsieur, los dulces crêpes Suzettes, los tradicionales macarons o una quiche lorraine, exquisita tarta salada de queso y panceta.
Una vez, le pidieron a Jorge Luis Borges que contara
qué significaba para él la poesía. Y el escritor contestó sin eufemismos: “Señora,
¿Cómo definiría usted el olor a café?”.
Y por último, te dejo el siguiente video, para que
recorras los Café en París…
Te espero… A bientot!
Sophia.
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