Es una simple infusión, con sabor
inconfundible que, incluso, si uno lo degusta lentamente, encuentra que no es
rico. Tampoco feo: es sólo mate.
Pero he aquí el “quid” de la
cuestión que nos puede develar una gran verdad: el sencillo mate es nada más y
nada menos que una demostración de valores:
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Es la solidaridad de bancar esos mates lavados,
porque la charla está buena; la charla, no el mate.
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Es el respeto por los tiempos para hablar y
escuchar, vos hablás y yo tomo, y viceversa.
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Es la sinceridad para decir: bien, basta,
¡cambiá la yerba!
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Es el compañerismo hecho momento.
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Es la sensibilidad del agua hirviendo.
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Es el cariño para preguntar, estúpidamente: Está
caliente ¡no!
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Es la modestia de quien ceba mejor el mate.
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Es la generosidad de dar hasta el final.
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Es la hospitalidad de la invitación, ya sea
sobre un mantel de hule o en medio de los libros.
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Es la justicia de uno por uno.
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Es la obligación de decir gracias, al menos una
vez al día.
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Es la actitud ética, franca, leal de encontrarse
sin mayores pretensiones que compartir un mate que, querido amigo, ahora sabes,
no es sólo un mate…
¡Calentás el agua!
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