Ya
se podía adivinar el aroma de los jazmines, el sol empezaba a caer más tarde y
yo estaba recuperando el placer de madrugar. Era uno de esos días en que una
podía sentir los pasos de la primavera, pero todavía quedaban resabios del
invierno. Hacía bastante frío y soplaba un viento feroz que hacía temblar los
vidrios de las ventanas. Salí al jardín a buscar la pelota de mi hijo y me tuve
que agarrar con fuerza el saco de lana que estaba desabotonado y se abrió de
inmediato. Lo cerré bien, crucé los brazos para sostenerlo, pateé la pelota
hacia adentro y volví al comedor lo más rápido posible.
Había
pasado el mediodía, yo ya había cumplido con creces mi tarea de madre y decidí
que era tiempo de tomarme un momento para mí, así que agarré la novela que
hacía rato me llamaba desde la biblioteca y me fui derecho a mi rinconcito de
invierno. Ese rincón no tiene la más minima onda, no es un espacio con un lindo
silloncito y una mesita con flores. Para nada. Es apenas un cuadradito que
queda entre la cocina y el lavadero, en el que me siento en el piso a leer,
pensar o simplemente poner la mente en blanco; pero hay un secreto: está
iluminado por un ventanal ubicado al reparo del viento, de manera que el sol
inunda la cocina de luz y una puede sentir allí, tranquila, ese calorcito que
abraza y reconforta en los días de frío.
Ahí me senté ese día,
con mi pocillo de café y mi novela, a disfrutar de ese necesario momento íntimo
en que nos encontramos con nosotras mismas y con el que todas las madres
soñamos. A medida que pasan las paginas del libro, empecé a sentir el calor
gentil, agradable, que el sol me regalaba a través del ventanal.
Primero me desabroché
los botones, después me aflojé el pañuelo del cuello y finalmente me saqué el
saco.
Volví al libro, pero
ya no pude concentrarme. Una y otra vez me venía a la mente la imagen de mi
papá, con los cachetes bien inflados, imitando al viento norte que en la fábula
de Esopo competía con el sol para ver quien de los dos era más fuerte. Papá era
un gran contador de cuentos, un talento del que sus nietos, llegaron a
disfrutar, pero que durante años aprovechamos sus hijos que, noche tras noche,
escuchábamos fascinados cientos de historias antes de ir a dormir.
Cerré los ojos y me
vi de nuevo sentada en la cama con tres de mis hermanos; podía recordar la
cadencia de papá y volví sobre los pasos de su relato. Nos contaba que, un día,
el viento había desafiado al sol insinuando que él era más poderoso y para
demostrárselo lo había retado a quitarle la ropa a la primera persona que
pasara por allí. El que lo lograra sería el más fuerte. El sol aceptó el reto y
de inmediato vieron a un hombre bien abrigado con un sobretodo. En ese momento
era cuando papá soplaba y soplaba como loco para personificar al viento
enfurecido que veía con impotencia como, a más violencia, más el hombre se asía
a su abrigo hasta que, agotado el viento le cedía el turno a su contrincante.
El sol no se esforzó demasiado, se limitó a brillar y en poco tiempo el hombre
dejo de hacer fuerza para cerrarse el sobretodo y se lo quitó. La persuasión
había logrado más que la fuerza; la calidez, la amabilidad, más que la
violencia.
Me reí imaginándome
como aquel hombre que Esopo había usado para dirimir la contienda, dejé la novela y me puse a pensar cuántas
veces en nuestra vida nos comportamos como el viento y cuántas, como el sol.
Pensé en muchas circunstancias que requieren mano firme, pero también en tantas
más en las que funciona mejor un abrazo que un empujón; en las que a más presión,
a más fuerza, más se cierra la otra persona, y en que a veces una palabra
calida, un gesto de cariño o comprensión nos llevan a la apertura. No me quedé
mucho más tiempo dándole vueltas al asunto. Esopo –si es que existió- ya lo
hizo muchísimos siglos atrás, fue claro y no pierde vigencia. Pero fue bueno
recordarlo, sin grandes pretensiones, en especial durante una tarde ventosa y
justo antes de retomar una buena novela.
cuanto uno disfruta de momentos así! cada uno tiene el suyo y para cultivar el alma y los recuerdos, cualquier lugar es especial. es increible como retornan a nuestro presente esas vivencias, esos saberes que alguna vez hemos leido y escuchado.No pierden la magia! Bellisimo. gracias! yo tambien he tenido padres y abuelas contadoras de cuentos...a mi me encanta hacerlo!....
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