Era Navidad, el día más hermoso de todos.
Llevaba mi mejor vestido, regalo de mi abuelita Memé, que lo había hecho con
sus propias manos.
Nos encontrábamos en casa de mis abuelos
paternos, Mami Rina y Papi Antonio; Cuna de una familia muy numerosa. Diez eran
sus hijos, y que, junto a los que ya se encontraban casados, con todos sus
hijos también (que no se quedaban cortos en el número, tampoco) nos reuníamos
allí.
En esa enorme casa, llena de gente y con todo su
movimiento, era punto de reunión, de toda la familia; con una enorme y larga
mesa, en los almuerzos de los domingos,
y otra, pero no por ello más pequeña, para los niños. El gran comedor, quedaba
alejado de la cocina, y mi abuela, hacía sonar un timbre, que pendía de la
lámpara central, para llamar al personal de servicio. A veces, se producían,
guerras de bolitas de miga de pan, entre ambas mesas, mientras esperábamos,
trajeran el segundo plato (era muy divertido!), aunque los abuelos se enojaban,
porque no guardábamos compostura, en la mesa.
Recuerdo con gran emoción, los encuentros con
mis primos, los juegos y travesuras, siempre presentes; y como, los varones
eran mayoría, muchas veces, las niñas, los seguíamos.
Y los juegos, más femeninos, los realizábamos,
con las hermanas más pequeñas de mi papá, Patricia, Adriana, Monica.
Esa navidad, fue muy especial, pues mi abuela,
acababa de retornar, de un viaje por Europa, y había traído, muchos obsequios.
En una sala, del Hall de entrada, había un gran
árbol navideño, colmado de regalos, libros, juguetes y una muñeca que decía
"¡mamá!" cuando se le apretaba la barriga.
En la sala nos encontrábamos, contemplando el
pesebre, junto a mi Padrino, Bocha, y dos de mis hermanos, niños de nueve y once años
respectivamente.
- ¡Qué bonito es vivir!- dije. Y mi padrino añadió, que la vida era, el
más bello cuento de hadas.
Mis hermanos, asintieron también, aunque
pensaban, y quizá la imaginaban de forma distinta que yo. Uno de ellos tenía
una preocupación: que todo estuviera ya descubierto, cuando fuera mayor; quería
ir en busca de aventuras, como en los cuentos.
-Qué jóvenes, son los jóvenes!... En el mundo no
todo marcha como ellos creen, pero marcha. La vida es un cuento extraño y
magnífico, decía mi Tío Bocha.
Recuerdo, que su habitación, quedaba arriba, en
la buhardilla, subiendo la escalera a la terraza. Era muy joven, siempre estaba de buen humor y contaba unas
historias muy bonitas y muy largas. Los ojos de mi padrino brillaban de alegría.
-A medida que uno crece- nos decía-, ve mejor la
felicidad y la desgracia, ve que la vida, es el más hermoso cuento de hadas.
El padrino tenía razón. Y también tenían razón mis
hermanos. Cada uno ve la vida desde su prisma personal, y este depende mucho de
la edad.
Por eso una familia es también una escuela de
vida, el lugar donde pueden compararse los diferentes puntos de vista, de
personas de muy distintas edades. Cada etapa tiene su belleza, y -del mismo
modo que la primavera es más alegre, porque existe el invierno-, la juventud y
la niñez, destacan allí donde conviven con la plenitud de la madurez y el
sosiego de los adultos.
En ese instante, ingresó a la sala, mi papá, y
preguntó:
_ ¿Qué hacen?_ a lo que uno de mis hermanos, le
respondió:
_
Observamos el pesebre, y el Tío Bocha, nos cuenta historias_
Apenas Papá se había sentado, dispuesto a
escuchar lo que conversábamos, cuando en voz baja, como con miedo, le dije:
- ¿Papá?
- Sí, hija, dime.
- Oye, quiero… que me digas la verdad.
- Claro, hija. Siempre te la digo - respondió
papá un poco sorprendido.
- Papá, ¿existen los Reyes Magos?
Papá se quedó mudo, miró a mi Tío, intentando
descubrir el origen de aquella pregunta, pero sólo pudo ver un rostro tan
sorprendido como el suyo, que le miraba igualmente.
- Mis amiguitas dicen que son los padres. ¿Es
verdad?
La nueva pregunta, le obligó a volver la mirada
hacia mí y tragando saliva dijo:
- ¿Y tú qué crees, hija?
- Yo no sé, papá: que sí y que no. Por un lado
me parece que sí que existen porque tú no me engañas; pero, como mis amigas
dicen eso…
- Mira, hija, efectivamente son los padres los
que ponen los regalos pero…
- ¿Entonces es verdad? le dije, con los ojos
humedecidos. ¡Me engañaron!...
- No, mira, nunca te hemos engañado, porque los
Reyes Magos sí que existen.
- Respondió papá, tomando con sus dos manos, mi
cara.
- Entonces no lo entiendo, papá.
- Siéntate, querida, y escucha esta historia que
te voy a contar porque ya ha llegado la hora de que puedas comprenderla - dijo
papá, mientras señalaba con la mano el asiento a su lado.
- Yo me senté entre ellos, ansiosa de escuchar
cualquier cosa que me sacase de la duda, y papá se dispuso a narrar lo que para
él, debió de ser la verdadera historia de los Reyes Magos:
- Cuando el Niño Dios nació, tres Reyes que
venían de Oriente guiados por una gran estrella, se acercaron al Portal para
adorarle. Le llevaron regalos en prueba de amor y respeto, y el Niño se puso
tan contento y parecía tan feliz que el más anciano de los Reyes, Melchor,
dijo:
- ¡Es maravilloso ver tan feliz a un niño!
Deberíamos llevar regalos a todos los niños del mundo y ver lo felices que
serían.
- ¡Oh, sí! - exclamó Gaspar. Es una buena idea,
pero es muy difícil de hacer. No seremos capaces de poder llevar regalos a
tantos millones de niños como hay en el mundo. Baltasar, el tercero de los
Reyes, que estaba escuchando a sus dos compañeros con cara de alegría, comentó:
- Es verdad que sería fantástico, pero Gaspar
tiene razón y, aunque somos magos, ya somos ancianos y nos resultaría muy
difícil poder recorrer el mundo entero entregando regalos a todos los niños.
Pero sería tan bonito…
Los tres Reyes se pusieron muy tristes al pensar
que no podrían realizar su deseo. Y el Niño Jesús, que desde su pobre cunita
parecía escucharles muy atento, sonrió y la voz de Dios se escuchó en el
Portal:
- Sois muy buenos, queridos Reyes Magos, y os
agradezco vuestros regalos.
Voy a ayudaros a realizar vuestro hermoso deseo.
Decidme:
¿Qué necesitáis para poder llevar regalos a todos
los niños?
- ¡Oh, Señor!
- Dijeron los tres Reyes postrándose de
rodillas.
- Necesitaríamos millones y millones de pajes,
casi uno para cada niño, que pudieran llevar al mismo tiempo, a cada casa
nuestros regalos, pero no podemos tener tantos pajes, no existen tantos.
- No os preocupéis por eso, dijo Dios. Yo os voy
a dar, no uno sino dos pajes, para cada niño, que hay en el mundo.
- ¡Sería fantástico! Pero, ¿cómo es posible? -
dijeron los tres Reyes Magos, con cara de sorpresa y admiración.
- Decidme, ¿no es verdad que los pajes que os
gustaría tener deben querer mucho a los niños? - preguntó Dios.
- Si, claro, Eso es lo que exigiríamos a un paje
- respondieron cada vez más entusiasmados los tres.
- Pues decidme, queridos Reyes: ¿hay alguien que
quiera más a los niños y los conozca mejor que sus propios padres?
Los tres Reyes se miraron asintiendo y empezando
a comprender lo que Dios estaba planeando, cuando la voz de nuevo se volvió a
oír:
- Puesto que así lo habéis querido y para que en
nombre de los tres Reyes Magos de Oriente, todos los niños del mundo reciban
algunos regalos, Yo, ordeno que en Navidad, conmemorando estos momentos, todos
los padres se conviertan en vuestros pajes, y que en vuestro nombre, y de
vuestra parte regalen a sus hijos los regalos que deseen. También ordeno que,
mientras los niños sean pequeños, la entrega de regalos se haga como si la
hicieran los propios Reyes Magos.
- Y que las familias más pudientes, ayuden a las
familias más pobres, para que todos los niños del mundo, tengan su presente.
- Pero cuando los niños sean suficientemente
mayores para entender esto, los padres les contarán esta historia y a partir de
entonces, en todas las Navidades, los niños harán también regalos a sus padres,
en prueba de cariño. Y, alrededor del pesebre, recordarán que gracias a los
tres Reyes Magos todos son más felices.
- Cuando papá hubo terminado de contar esta
historia, me levanté y dándole un beso,
dije:
- Ahora si que lo entiendo todo papá. Y estoy
muy contenta de saber que me quieren y que no me han engañado.
- Y salí corriendo, me dirigí al cuarto, a
buscar mi monedero, regresando con el, en la mano, mientras decía:
- No se si tendré bastante para comprarles algún
regalo ahora, pero para el año que viene, ya guardaré más dinero.
Y todos nos abrazamos mientras, a buen seguro,
desde el Cielo, tres Reyes Magos contemplaban la escena tremendamente
satisfechos.
Desde todas las partes del mundo.
Y así salí, muy alegre, corriendo, a contarles
la historia, a mis hermanos y primos, mayorcitos, que ya pudieran entenderlo.
María Cecilia
Fourcade Galtier
Como siempre muy tierno. Besitos. Mamá
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