Las reflexiones de fin de año invitan a hacer un balance personal que
en esta época resulta más que lógico, pues todo cierre conlleva a una
evaluación. Entregarse a la reflexión de cómo ha resultado nuestra vida en
términos generales es la manera de aprender de los errores, salvar los aciertos
y así reposicionarnos para lo que vendrá en la nueva etapa que se inicia.
Es un período de nostalgia, donde afloran muchísimas sensaciones.
Parece que todos nos sentimos más vulnerables, más sensibles. Y replantearse el
año aflora como una costumbre casi obligada. Los proyectos, las metas, los
objetivos parecen competir alocadamente para que, antes de que termine
diciembre, las batallas sean ganadas. De manera virtual, uno tiende a creer que
es durante el último mes el momento en que todos los plazos se vencen,
tornándose de vida o muerte alcanzar la cumbre para poder sentirnos realizados
y orgullosos de nosotros mismos.
Claro que siempre es gratificante y alentador alcanzar lo que nos
proponemos, pero todos debemos ser menos autoexigentes y comprender que la vida
también juega sus cartas: si una meta no se alcanza, ¿cómo estar del todo
seguros que es por falta de capacidad o de dedicación? A veces tenemos viento a
favor, y otras en contra. No siempre se puede ganar.
Las reflexiones de fin de año y
los balances pueden ser enriquecedores, pero no los llevemos a cabo como los de
un estudio contable, en donde encolumnamos cada acierto o error con la
rigurosidad de una ciencia exacta.
Personalmente considero que las reflexiones de fin de año pueden
resultar balances sanos y hasta reparadores si los hacemos del modo correcto,
relajado, para sumar. Evitemos el autocastigo, las culpas (hacia nosotros
mismos o hacia terceros). El objetivo es tomar nota y seguir, y esas notas
deben cumplir la función de apuntes para mejorar, para aprender a partir de lo
ya realizado. Aunque nos pese, jamás podemos echar a correr hacia atrás las
agujas del reloj; lo hecho, hecho está, y no hay nada ni nadie que pueda
cambiarlo. La vida es una toma de experiencia constante, del día a día, y
reflexionar sobre eso cumple la función exclusiva de poder proyectarnos mejor
en el futuro, para no tropezar con la misma piedra.
Por todo esto, aunque los resultados de nuestro arqueo no sean los
esperados, evitemos desanimarnos. La angustia sólo logra que comencemos el año
con baja energía, mientras que el objetivo de la reflexión es, muy por el
contrario, alcanzar un impulso para recomenzar con todo, tratando de que esta
etapa que comienza sea más prometedora; si deseamos y trabajamos para ello, los
logros llegarán.
Lo sustancial, es que cada año lo vivamos como un nuevo comienzo, una
nueva oportunidad, y eso siempre resulta esperanzador. Nacen nuevos sueños,
otros se reactualizan. Se generan proyectos diferentes, ideas nuevas, se
proponen hábitos que queremos incorporar, y hábitos que queremos dejar. Con
trabajo, perseverancia, seguramente alcanzaremos la mayoría de nuestros
propósitos. Como dice una canción de la cantante Rossana, “Llegarás cuando
vayas más allá del intento”, y eso es lo que importa: intentarlo, jugarse,
arriesgarse… Jamás debemos olvidarlo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario