El amor clandestino de Julio Argentino Roca con Guillermina de
Oliveira Cézar, la esposa de su mejor amigo
De los amores de personajes políticos de nuestra historia, hubo uno
secreto que trascendió lo privado y se transformó en una pasión comentada y
murmurada a media voz. Fue el que mantuvieron el político con la esposa del
prestigioso médico y sanitarista Eduardo Wilde, íntimo del militar y quien
siempre se comportó como si nada pasara.
A Julio Argentino Roca se le conocieron varios romances. Cuando
contaba 26 años dejó embarazada a Ignacia Robles, luego de “secuestrarla”
durante una semana porque la futura suegra no quería saber nada de la relación.
Fruto de ese fugaz idilio, nacería Carmen, que años después se le aparecería en
su casa. El mayordomo le dijo a Roca: “Hay una mujer que dice que es su hija, y
la verdad es que es igual a usted”. En el velorio del ex presidente era
fácilmente distinguirla, era la que lloraba desconsoladamente. “Es una hija de
papá”, explicaba otra de sus hijas.
A su esposa, la cordobesa Clara Funes, la conoció cuando estuvo
destinado al sur de Córdoba en la lucha contra el indio Roca. Tuvieron seis
hijos: un varón, Julio, quien sería vicepresidente de Agustín P. Justo y cinco
mujeres. Clara fallecería muy joven, a los 36 años.
Roca tenía un entrañable amigo, Eduardo Faustino Wilde, a quien
conocía desde sus tiempos de pupilos en el Colegio Nacional de Concepción del
Uruguay, dirigido por el francés Alberto Larroque.
Wilde había nacido en Tupiza, Bolivia en 1844, país al que sus padres
debieron emigrar durante la época de Juan Manuel de Rosas. Su abuelo era el
inglés Santiago Spencer Wilde y su papá, Diego, ahijado del Duque de
Wellington.
En el cuarto año de la Facultad de Medicina, Eduardo dejó los estudios
para ayudar en la atención de los enfermos del cólera y estuvo a cargo del
Lazareto Interino. Llegó a enfermar, aunque logró recuperarse. Luego, se enroló
como médico cirujano en el ejército que combatía en la guerra de la Triple
Alianza, donde organizó un hospital de campaña. Finalmente, a su regreso se
recibió de médico con una brillante tesis sobre el hipo, que recibió un
sobresaliente y la felicitación de diversas entidades médicas.
Llegó a ser un talentoso profesor en la Universidad de Buenos Aires,
un reputado sanitarista y autor de libros como Lecciones de Higiene y Lecciones
de medicina legal y toxicología. Había desarrollado diversos proyectos de
salubridad para la ciudad de Buenos Aires, como el diseño de una red cloacal y
era uno de los padres de la idea del Hospital de Clínicas. Además, fue diputado
nacional y provincial y periodista.
Cuando Roca asumió la primera presidencia, lo nombró presidente de la
Comisión Nacional de Obras de Salubridad, pero al año siguiente debió hacerse
cargo del ministerio de Instrucción Pública, Justicia y Culto por la renuncia
de Manuel Pizarro.
Fue el impulsor de tres leyes fundamentales de aquel momento: la 1420,
de educación común, gratuita, obligatoria y laica; la 1565, que establecía la
creación del Registro Civil y la 2393 del Matrimonio Civil, lo que configuraba
un paquete que la iglesia interpretó como un avasallamiento sobre el terreno de
la educación y la administración de la vida civil que lo consideraba de su
exclusiva propiedad.
“¿Y si se casa con una de mis hijas?”
En 1865 se había casado con Ventura Muñoz de Zavaleta, a la vez viuda
de un médico. Cuando su esposa falleció, un amigo, Ramón de Oliveira Cézar le
propuso: “¿Y por qué no se casa con una de mis hijas?”
Guillermina María Mercedes de Oliveira Cézar y Diana había nacido en
Montevideo el 25 de junio de 1870. Había estudiado en el Colegio Americano,
donde trabajaba la irlandesa Mary Elizabeth Conway, una de las maestras que
había traído Domingo Faustino Sarmiento.
Wilde aceptó la propuesta. Convertido en una figura por demás
impopular para la iglesia, debió sortear otro escollo. Cuando fijó 1885 como
fecha para su matrimonio con la jovencísima Guillermina, de tan solo 15 años,
la iglesia no lo quiso casar. Es que además era un abierto ateo y un masón.
Finalmente, la muñeca política del Presidente pudo más, logró que el
mismísimo arzobispo de Buenos Aires intercediera y hubo casamiento oficiado por
el obispo de Cuyo, con actores de lujo: Julio Roca fue el padrino, mientras que
Carlos Pellegrini y Victorino de la Plaza, los testigos.
La tradición oral, que los años transforman versiones y habladurías en
hechos ciertos, cuenta que Wilde, de 42 años, tenía la extraña costumbre de
llevar a sus amigos hasta los aposentos de su esposa, en las noches en las que
se reunía en su casa, a la que observaban mientras ella dormía plácidamente.
Se ignora si Roca participó en algunas de esas excursiones nocturnas.
Pero sí se sabe que se habían visto por primera vez en la fiesta de honor
brindada a los duques de Clarence y York, cuando estuvieron en Buenos Aires en
enero de 1881. Clarence sería el futuro rey Jorge V de Inglaterra.
El matrimonio realizó un largo viaje por Europa, cuyas impresiones
Wilde las volcaría en dos libros: Viajes y observaciones y Por mares y tierra.
A su regreso, Guillermina ya no era una frágil adolescente, sino que
se había convertido en toda una mujer de 25 años. Y con Roca, de 52, iniciaron
un romance clandestino del que estaba enterada toda la ciudad de Buenos Aires.
El único que parecía no advertirlo era el propio marido, Wilde, de quien se
decía que también tenía sus aventuras.
En la delicada ingeniería que imponía este amor prohibido, entre dos
figuras de tamaña exposición social, contaban con la complicidad de la hermana
de Guillermina y la de su marido, amigo de Roca.
La pareja se comunicaba en clave. La relación era la comidilla en toda
reunión social, y el ingenio popular no se hizo esperar, a tal punto que el
cuerpo de escolta presidencial, fueron popularmente bautizados como “los
guillerminos”.
Tapa de Caras y Caretas
Fue el propio Roca el que decidió cortar la relación. Nombró a su
viejo amigo, que estaba a cargo del Departamento Nacional de Higiene como
ministro plenipotenciario primero en Estados Unidos y luego en Bélgica y
Holanda.
Fue cuando el amorío fue tapa de la revista Caras y Caretas. En su
edición del 30 de marzo de 1901, el canciller Amancio Alcorta le informaba a
Roca: “General, la prensa critica el nombramiento de Wilde para ministro de
Holanda”, a lo que el presidente responde: “Pues confío en que ha de serle
grato a Guillermina”, jugando con el nombre de Guillermina de los Países Bajos,
que reinó desde 1890 hasta 1948.
Aunque epistolar, la relación no se cortó. “Querida ausente…”,
encabezaba sus cartas Roca.
En 1901 Guillermina debió regresar de urgencia por la muerte de su
padre, y dicen que la relación se reactivó, aunque al tiempo ella regresó a
Europa.
Otros amores
De todas formas, Roca no se mantuvo inactivo. De uno de sus viajes al
viejo continente, volvió con Elena, una joven rumana, con quien viviría hasta
su muerte, a pesar de la oposición de sus hijas.
Wilde, siendo ministro plenipotenciario murió en Bruselas el 4 de
septiembre de 1913. Roca lo seguiría el 19 de octubre del año siguiente.
Guillermina permaneció en Europa y luego de un tiempo prudencial,
regresó a Buenos Aires. No tuvo hijos. En 1920, siendo presidenta del Comité
Central de Damas de la Cruz Roja, impulsó la creación de las escuelas de enfermería.
Una de sus hermanas, Ángela, alcanzaría notoriedad por haber sido una de las
principales promotoras de la erección del monumento al Cristo Redentor, en
Mendoza, que fue inaugurado el 13 de marzo de 1904.
Guillermina falleció a los 66 años en la ciudad de Buenos Aires el 29
de mayo de 1936. Y se llevó consigo una historia de amor, de esas que no se
repiten.
FUENTE: Por Adrián Pignatelli
No hay comentarios.:
Publicar un comentario