El psicólogo Jose Puig Boo subraya la
importancia de acompañar y contener a quienes transitan la tercera y cuarta
edad, potenciando capacidades de disfrute y una mayor fortaleza para atravesar
los momentos de pérdida y despedida.
Mucho se ha hablado, en los últimos tiempos, del
rol de las personas mayores en la sociedad. Noticias vinculadas al maltrato,
dificultades económicas para poder hacerse de la jubilación que corresponde y
familiares que, en algunos casos, miran para otro lado, son solo algunas de las
aproximaciones a un tema que merece mayor análisis y dedicación.
En algún momento de la evolución cultural de
nuestras sociedades apareció el concepto de "tercera edad". Tercera
edad es sinónimo de vejez, de antigüedad, de ancianidad. La etimología es,
aquí, nítida y precisa: en latín, antianus. También hay sinónimos: vetusto,
arcaico, añejo, longevo, veterano. Pero no parecen esos conceptos, por cierto,
felices ni afortunados para adjetivar a las personas que han traspuesto las
líneas rojas de la vida.
Los griegos tenían en gran estima a la
ancianidad. Es la etapa -decía Aristóteles- en que la experiencia del hombre lo
hace casi sabio. Esa percepción tan acertada era buena simiente para que los
jóvenes miraran a sus mayores desde un lugar distinto al que lo hacemos
nosotros hoy. Los jóvenes, en Atenas, acudían a ellos, a los viejos, para
escuchar y aprender y, de ese modo, orientarse más y mejor en el proceloso mar
de la vida.
En nuestro alocado presente, aquella tercera
edad podría situarse, más o menos, en ese segmento temporal que va desde la
jubilación hasta, digamos, los ochenta años. Desde allí en adelante, se abren
las ricas posibilidades que ofrece "la cuarta edad". Los avances en
la medicina, la vida saludable, una sana alimentación, el ejercicio físico y
los deportes han logrado que, más allá de los ochenta, todavía haya vida; y una
vida rica, fértil y creativa.
En verdad, todos los momentos de la existencia
humana tienen su ethos, es decir, aquello que les es propio, característico y
singular. Y para transitar satisfactoriamente por cada uno de esos períodos
vitales es preciso adquirir ciertas habilidades o destrezas. Con estas
capacidades aprendidas enfrentaremos con éxito no sólo el moroso discurrir de
los días y las noches sino, incluso, las dificultades, las crisis y los duelos
con que cada etapa de la vida nos obsequia con naturalidad e indiferencia.
El tema nos inspira una analogía como
instrumento para precisar mejor lo que queremos transmitir. El psicoanalista
inglés Donald Wood Winnicott señaló la necesidad de fomentar una sólida
relación madre-hijo. Introdujo -como herramientas para lograr tal fin- los
conceptos de holding y de handling. Nos interesa, aquí, el primero. El verbo
inglés "hold" significa sostener, amparar, contener. Para que aquella
relación amorosa sea consistente deberá tener un momento de holding
(sostenimiento) y uno de handling (manipulación). La madre que logra hacerlo es
la "madre-suficientemente-buena", que sabe sostener y luego sanar las
necesarias frustraciones que sobrevendrán y, más allá, condicionar al niño para
la aceptación no traumática de dichas pérdidas y frustraciones.
Volviendo a nuestro tema, decimos que los duelos
de las últimas etapas de la vida necesariamente tienen que ser
acompañados-sostenidos. Es el instante en que se hacen presentes las manos
amigas llamadas a sostener el paso mientras se transitan esos momentos.
Si esta dinámica se desarrolla
satisfactoriamente, se adquirirán nuevas habilidades que ya no serán destrezas
físicas, o habilidades manuales, o aptitudes intelectuales, sino capacidad de
placer y de disfrute de la vida. De este modo, el que lo logre podrá tender la
mano a otros para que aprendan a afrontar las naturales vicisitudes con que nos
desafía la inexorable mano del tiempo y que son, siempre, parte sustantiva de
la vida.
Es tarea de los que estamos vinculados a los
temas propios de la salud y transitando por la segunda etapa de la vida,
sostener a los que se encuentran más adelantados en el camino de la existencia
humana, para animarlos a una vida plena donde la angustia no sea un huésped
inoportuno y permanente. Si ellos lo logran lo habremos logrado también
nosotros y todos seremos espiritualmente más ricos.
Por lo demás, todos los seres humanos transitan
por todas las etapas de la vida, de modo que nuestros dones de hoy constituyen
valores que nos inculcaron nuestros mayores y frutos que cosecharemos cuando la
segunda madurez toque a nuestra puerta y debamos, también nosotros, empezar a
recorrer nuestra tercera y nuestra cuarta edad.
Lic. Jose Puig Boo.
Psicólogo, Director Residencia del Arce.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario