Esta historia que les contaré, es
de cuando yo era una niña; de cuando un día, al mirar al cielo, descubrí mi luz
interior, al ver el brillo de una estrella. Te confieso que esta historia está inspirada
en la que me contaba mi madre, con paciencia y cariño, tantas veces como fuera
necesario. Siempre le estaré agradecida por enseñarme a tener valor de seguir
mi estrella y a valorar mi luz interior.
«Cuando posees luz en
el interior, la ves externamente».
-Anaïs Nin-
Yo era una pequeña niña de grandes ojos marrones y de cabello oscuro,
a la que le gustaba mucho jugar con mis hermanos varones. Solíamos jugar a la
escondida en la vereda, a la tardecita noche, con amigos vecinos, porque en la
oscuridad, podíamos ocultarnos con facilidad. Era mi juego favorito, y la mayor parte del
tiempo, me la pasaba buscando: cuando me tocaba esconderme, buscaba un
escondite cercano, porque me cansaba cuando corría grandes distancias, y no
llegaba a tiempo para picar.
Pero no me importaba «perder». Mis hermanos solían buscar escondites
muy originales: entre los árboles, tras los autos estacionados, incluso algunos
de ellos se intercambiaban las camperas intentando hacer trampas… todos
aquellos pequeños detalles me hacían reír y disfrutar del juego.
Hasta que un día llegó una amiga de mi vecina, quien se integró a la
pandilla, y no paró de meterse conmigo porque perdía, al mismo tiempo que
insistía para que buscara un escondite más lejos. Ante aquella actitud, me
empecé a molestar, y a sentirme triste; pero, a pesar de ello, seguí jugando.
Finalmente, ante la insistencia de esa niña, acepté esconderme en el
parque, lejos del lugar al que había que correr para salvarse. Aquella vez no
perdí, pero llegué a la meta tan agotada, que tuve que dejar de jugar y volver
a casa.
Mientras caminaba a casa, comencé a llorar. Al entrar, mi mamá me vio y me preguntó: -¿Por
qué lloras hija? – Y yo le explique lo que ocurría con esa niña nueva. No podía
parar de llorar, y de repetir, que era distinta a los demás, y que me sentía
sola, que me hacían a un lado.
Mi mamá me tomó de la mano y sin decir nada, salimos al balcón; frente a nosotras brillaba una estrella, era
la estrella más brillante de todo el cielo, pero parecía encontrarse sola, no
se veían otras estrellas a su alrededor. Mi mamá sacó un pañuelo blanco y suave
de su bolsillo, y secó mis lágrimas. Me tomó con firmeza y dulzura de la
barbilla, y levantó mi cabeza, al mismo tiempo que señalaba aquella estrella.
¿Ves esa estrella?– me pregunto, con una sonrisa en los labios.
Sí, es muy bonita y brilla mucho. –Respondí con gran curiosidad.
Esa estrella eres tú. – Dijo ella muy convencida.
¿Pero mamá, esa estrella está muy sola?
No está sola, solo que brilla con tanta fuerza, que las demás
estrellas no se pueden ver, pero aunque no las podamos ver, están ahí.
¿De verdad tengo tanta luz? – Dije secándome las pocas lágrimas que
aún brotaban de mis ojos y comencé a sonreír.
Tienes tanta, que algunas personas se asustan. Pero otras, te querrán
precisamente por tu luz. Nunca dejes de ser tú, mi querida. Tú vales mucho.
Gracias mamá. Te quiero.- La besé, y le di un fuerte abrazo.
Desde aquel día, cuando me sentía triste, mi mamá me acompañaba al
balcón para que pudiera ver la estrella y recordara su luz.
Poco a poco, fui creciendo. Y aprendí ir sola al balcón en busca de
esa estrella.
Con el tiempo me bastó mirar al cielo y, se encontrara donde se
encontrara, siempre encontraba la estrella, que me recordaba su luz. Hoy ya soy
una mujer, y gracias a esa historia, nunca olvidaré que mi estrella sigue
brillando en el cielo, guiando mi camino.
Esta historia me recuerda, que fue necesario vivir un momento de
oscuridad, para poder ver la luz.
«Para que la luz brille tan
intensamente, la oscuridad debe estar presente». -Francis Bacon-
Las estrellas siempre han guiado a la humanidad cuando se siente
perdida, dibujando mapas en el cielo. Su brillo nos recuerda lo pequeños e
insignificantes que somos, y al mismo tiempo nuestra grandeza. Ver brillar las
estrellas con más fuerza, cuanto mayor es la oscuridad, nos hacen entender que
los seres humanos podemos llegar a brillar con luz propia.
Esto me demostró, gracias a la ayuda de mi mamá, ver mi luz interior
reflejada en el brillo exterior de una estrella. Comprendiendo así, que no
debemos dejar que la opinión de otras personas, interfiera en nuestra forma de
ser, y disfrutar de la vida.
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