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lunes, 29 de febrero de 2016

SOSTENER LA VEJEZ: entre los duelos y el placer de estar vivos

 

El psicólogo Jose Puig Boo subraya la importancia de acompañar y contener a quienes transitan la tercera y cuarta edad, potenciando capacidades de disfrute y una mayor fortaleza para atravesar los momentos de pérdida y despedida.

Mucho se ha hablado, en los últimos tiempos, del rol de las personas mayores en la sociedad. Noticias vinculadas al maltrato, dificultades económicas para poder hacerse de la jubilación que corresponde y familiares que, en algunos casos, miran para otro lado, son solo algunas de las aproximaciones a un tema que merece mayor análisis y dedicación.

En algún momento de la evolución cultural de nuestras sociedades apareció el concepto de "tercera edad". Tercera edad es sinónimo de vejez, de antigüedad, de ancianidad. La etimología es, aquí, nítida y precisa: en latín, antianus. También hay sinónimos: vetusto, arcaico, añejo, longevo, veterano. Pero no parecen esos conceptos, por cierto, felices ni afortunados para adjetivar a las personas que han traspuesto las líneas rojas de la vida.

Los griegos tenían en gran estima a la ancianidad. Es la etapa -decía Aristóteles- en que la experiencia del hombre lo hace casi sabio. Esa percepción tan acertada era buena simiente para que los jóvenes miraran a sus mayores desde un lugar distinto al que lo hacemos nosotros hoy. Los jóvenes, en Atenas, acudían a ellos, a los viejos, para escuchar y aprender y, de ese modo, orientarse más y mejor en el proceloso mar de la vida.

En nuestro alocado presente, aquella tercera edad podría situarse, más o menos, en ese segmento temporal que va desde la jubilación hasta, digamos, los ochenta años. Desde allí en adelante, se abren las ricas posibilidades que ofrece "la cuarta edad". Los avances en la medicina, la vida saludable, una sana alimentación, el ejercicio físico y los deportes han logrado que, más allá de los ochenta, todavía haya vida; y una vida rica, fértil y creativa.

En verdad, todos los momentos de la existencia humana tienen su ethos, es decir, aquello que les es propio, característico y singular. Y para transitar satisfactoriamente por cada uno de esos períodos vitales es preciso adquirir ciertas habilidades o destrezas. Con estas capacidades aprendidas enfrentaremos con éxito no sólo el moroso discurrir de los días y las noches sino, incluso, las dificultades, las crisis y los duelos con que cada etapa de la vida nos obsequia con naturalidad e indiferencia.

El tema nos inspira una analogía como instrumento para precisar mejor lo que queremos transmitir. El psicoanalista inglés Donald Wood Winnicott señaló la necesidad de fomentar una sólida relación madre-hijo. Introdujo -como herramientas para lograr tal fin- los conceptos de holding y de handling. Nos interesa, aquí, el primero. El verbo inglés "hold" significa sostener, amparar, contener. Para que aquella relación amorosa sea consistente deberá tener un momento de holding (sostenimiento) y uno de handling (manipulación). La madre que logra hacerlo es la "madre-suficientemente-buena", que sabe sostener y luego sanar las necesarias frustraciones que sobrevendrán y, más allá, condicionar al niño para la aceptación no traumática de dichas pérdidas y frustraciones.

Volviendo a nuestro tema, decimos que los duelos de las últimas etapas de la vida necesariamente tienen que ser acompañados-sostenidos. Es el instante en que se hacen presentes las manos amigas llamadas a sostener el paso mientras se transitan esos momentos.

Si esta dinámica se desarrolla satisfactoriamente, se adquirirán nuevas habilidades que ya no serán destrezas físicas, o habilidades manuales, o aptitudes intelectuales, sino capacidad de placer y de disfrute de la vida. De este modo, el que lo logre podrá tender la mano a otros para que aprendan a afrontar las naturales vicisitudes con que nos desafía la inexorable mano del tiempo y que son, siempre, parte sustantiva de la vida.

Es tarea de los que estamos vinculados a los temas propios de la salud y transitando por la segunda etapa de la vida, sostener a los que se encuentran más adelantados en el camino de la existencia humana, para animarlos a una vida plena donde la angustia no sea un huésped inoportuno y permanente. Si ellos lo logran lo habremos logrado también nosotros y todos seremos espiritualmente más ricos.

Por lo demás, todos los seres humanos transitan por todas las etapas de la vida, de modo que nuestros dones de hoy constituyen valores que nos inculcaron nuestros mayores y frutos que cosecharemos cuando la segunda madurez toque a nuestra puerta y debamos, también nosotros, empezar a recorrer nuestra tercera y nuestra cuarta edad.

Lic. Jose Puig Boo. Psicólogo, Director Residencia del Arce.


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