Tan cerca
de la felicidad
Parecen chiquitos, pero esos ritos cotidianos
nos ayudan, más de lo que creemos, a llevar una vida plena.
Marta García Terán
Por qué me siento inquieta? ¿Qué es
lo que me falta? Durante años, María no se dio cuenta de qué era exactamente lo
que le molestaba durante los viajes de trabajo que la mantenían lejos de su
casa un par de días por mes. Sabía que estaba cansada de hacer valijas, dormir
en cuartos de hoteles y no tener sus cosas a mano, pero también sabía que no
era eso lo que generaba ese sentimiento difícil de explicar, como si durante
esos días de viaje estuviera incompleta. Fue una mañana, mientras leía el
diario sentada en su banqueta preferida, cuando lo descubrió. María se
levantaba todos los días una hora antes que sus hijos y su marido; la casa
estaba a oscuras y en silencio, ella cerraba las puertas de los cuartos, iba a
la cocina, ponía el agua a hervir y cuidadosamente abría el paquete de hebras
de té que colocaba con parsimonia en la tetera, no sin antes separar las que no
tenían el color y la textura adecuados.
Después abría la puerta de calle, recogía
el diario y cortaba muy despacio las rodajas de pan que irían a la tostadora,
armaba la mesa para su desayuno y empezaba a disfrutar de la lectura del
diario, que le llevaba unas cuantas tazas de té y varias tostadas con
mermelada. Planificaba mentalmente su día y sólo después de eso empezaba a
despertar a sus hijos para ir al colegio. María era muy minuciosa; su desayuno
era un ritual tan placentero que le brindaba la serenidad necesaria para
empezar un día agitado. Jamás se le hubiera ocurrido que era ese momento lo que
le estaba faltando durante sus viajes. Parecía demasiado chiquito, demasiado intrascendente,
como para opacar los días fuera de su casa; pero lo que María no sabía era que
estas pequeñas celebraciones, estos rituales cotidianos, son los que nos
acercan a la felicidad.
“Mucha gente todavía sigue buscando la
felicidad en lo extraordinario, en lo que sale de lo común, pero la verdad es
que la felicidad no está en llegar a algún lugar, ni en obtener grandes cosas,
sino en el camino que recorremos todos los días: en la mirada de nuestros
hijos, en la charla con un amigo, en el beso de las buenas noches o en la
comida en familia”, explica la psicóloga Andrea Saporiti.
Aunque estemos acostumbradas a escuchar la
palabra “rito” asociada ala vida tribal, lo cierto es que nuestra vida está
llena de rituales: los cotidianos, que nos dan seguridad en nuestra vida
diaria, como sentarnos a la mesa para comer en familia, leerles a nuestros
hijos un cuento antes de ir a dormir o juntarnos los domingos a comer un asado
en lo de un amigo; las grandes celebraciones que estructuran el año, como los
cumpleaños o la Navidad; los ritos iniciáticos, como el bautismo o el primer
día de clases; y los rituales de pasaje, que nos acompañan en el paso de una
etapa de la vida a la otra, como la confirmación o el bar mitzvah, la
graduación, el casamiento o el entierro de un ser querido.
Los seres humanos siempre celebramos
rituales y-aunque algunos se fueron perdiendo y otros, modificando- los
seguiremos celebrando porque cumplen importantísimas funciones en nuestra vida:
nos dan un sentido de pertenencia o identidad como grupo, nos marcan una
rutina, nos sirven para elaborar un duelo, nos impulsan a entrar en contacto
con lo trascendental, nos ayudan a crear lazos o a encontrar un espacio para
desarrollar nuestra espiritualidad.
“Las cosas que más recordamos de grandes
son las que están asociadas a los rituales de chicos, como la pascua, los
cumpleaños o las reuniones familiares.
El ritual incluye no sólo la ceremonia en
sí, sino también ese tiempo previo, de preparación, que nos da anticipación,
nos ayuda a irnos preparando para lo que vendrá. Es muy lindo todo lo que pasa
antes, como los días previos a la Navidad, en que empezamos a preparar el
árbol, el pesebre y pensar en los regalos; o cuando empieza el colegio: para
los chicos es muy importante ese ritual de forrar los cuadernos, armar la
cartuchera y preparar la mochila. Son pequeñas celebraciones a las que tenemos
que darles importancia”, dice la psicóloga Maritchu Seitun de Chas.
Los Rituales
y las Rutinas
Muchos rituales, en especial los
cotidianos, forman parte de nuestra rutina, pero no son exactamente lo mismo.
Levantarnos a las siete en punto o ir al supermercado pueden ser acciones
diarias que le dan un orden a nuestra vida, pero no por eso son ritos o
celebraciones. La Psicóloga norteamericana Becky Bailley dedicó varios años a
investigar el efecto que estos actos cotidianos producen sobre las personas, en
especial sobre los chicos, y escribió el libro I love you Rituals (Rituales,
los quiero), en el que explica que los ritos, a diferencia de las rutinas, son
actos más organizados que tiene un mayor nivel de complejidad y no están
necesariamente relacionados con el orden, sino con la manera en que uno se
relaciona consigo mismo y con los demás. Estas celebraciones crean lazos
afectivos profundos, lo que no ocurre con los actos rutinarios.
Bailey recomienda ir creando con nuestros
hijos chiquitos rituales llenos de detalles e intenciones de encuentro, como
transformar el momento del baño en un espacio de diversión en lugar de un acto
rápido y mecanizado para sacarnos de encima el trámite. Andrea Saporiti dice
que, cuando nacen, los bebés no tienen una noción del tiempo y que los rituales
los ayudan a ordenarse internamente y a relacionarse con su entorno de una
manera más cálida.
“Lo ideal es hacer de las rutinas algo
ritualizado. La rutina ordena a los chicos de manera aburrida; el ritual los
ordena amorosamente –explica Seitun de Chas-. Por ejemplo, en el jardín de
infantes, a los chicos les cantan la canción que dice ‘a guardar a guardar’,
que transforma ese momento de ordenar en algo divertido. Lo mismo pasa con la
comida del domingo en familia: en lugar de hacer las cosas sin pensar, lo
podemos tomar como un tiempo para compartir de otra forma; los chicos y los
grandes se meten en la cocina, ayudan a cocinar, charlan un poco o ponen la
mesa juntos”.
Así como las antiguas tribus tenían ritos
que daban un sentido de pertenencia, y que aun mantienen varias etnias, las
sociedades modernas también tienen rituales que les son propios y
característicos. Los argentinos, por ejemplo, nos juntamos a tomar mate, a
comer un asado con amigos o disfrutar de “las pastas caseras de mamá” los
domingos. Todos estos son rituales de acercamiento o fortalecimiento de
vínculos que nos hacen sentir que pertenecemos a un grupo de afectos más allá
de nuestra familia, aunque no seamos demasiado conscientes de eso.
Esos rituales suelen ser los que más
extrañan las personas que se van a vivir a otros países, porque se trata,
justamente, de los que se relacionan con su idiosincrasia, su identidad, sus
raíces.
El semiólogo y escritor español Sebastián
Serrano dice que los rituales contribuyen a desactivar la agresividad y
facilitan la cohesión del grupo, además de marcar la diferencia con otros
grupos: “Todas las culturas tienen sus rituales. La función del rito es
facilitar el acercamiento y la interacción. Por eso, cada separación, los
ofrecimientos y las súplicas, los servicios, las invitaciones, las
presentaciones y los compromisos son actos rituales”.
¿Por qué se
abandonan?
Las corridas, las obligaciones que nos
sobrepasan y la falta de tiempo hacen que poco a poco vayamos abandonando
algunos de estos pequeños momentos y que perdamos de vista el impacto que
producen en nuestra vida, ya que son momentos de placer que tienen una fuerte
carga simbólica y nos hacen sentir vivas. Una madre cansada puede ir dejando de
lado esa charla con su hijo, cuando vuelve del colegio; o una persona con poco
tiempo puede levantarse cinco minutos antes de partir, tomar un café a las
apuradas y salir rumbo al trabajo casi sin haber respirado.
“El ritmo acelerado al que vivimos no nos
permite captar el valor de esas cosas o esos momentos que, aunque parezcan
chiquitos, les dan sentido a nuestras vidas. Esto hace que se vayan perdiendo
muchos de estos rituales que antes eran importantes, como comer juntos todos a
la noche y charlar en la mesa o juntarse con amigos a tomar mate –dice Andrea
Saporiti-. Creo que es posible recuperar estos espacios, pero primero tenemos
que ser conscientes de que los hemos ido perdiendo. Es cuestión de pensar de
qué manera podemos encontrarnos. Si en una familia, por ejemplo, los chicos van
a la facultad y vuelven tarde y a distintas horas a la noche, tal vez el
momento para estar todos juntos sea el desayuno. Sería bueno que cada familia
busque sus propios ritos de encuentro”.
Sea porque lo piensan de una manera muy
racional y se pierden de vista el sentido humano o la importancia que tienen
desde lo emocional, o porque el mundo moderno les está quitando valor a lo
simbólico o a las tradiciones, lo cierto es que, como advierte Maritchu Seitun
de Chas, hoy se están perdiendo muchos rituales de pasaje que son importantes
para nuestras vidas: “Los rituales tienen un sentido y cumplen una función.
Podemos dejarlos de lado, pero eso tiene sus consecuencias. Cada Vez veo a más
personas que, por ejemplo, no hacen velorios y van directamente al entierro.
Por supuesto que es respetable, pero esas horas antes del entierro nos ayudan a
despedirnos de la persona que queremos, nos dan la oportunidad de recibir el
cariño y el apoyo de los que nos quieren, y nos permiten empezar el proceso de
duelo.
“Otro ritual que se está perdiendo es el
iniciar una vida juntos. Una pareja hoy se va a convivir de un momento para
otro. El asunto no es que pasen o no pasen por el registro civil o por la
iglesia; aunque no se casen, es importante esa celebración que marca una nueva
etapa de sus vidas: puede ser algo entre ellos dos, como mirarse a los ojos y
celebrar el comienzo de esta vida juntos, pero tiene que haber un acto
simbólico que ayude a entender el compromiso, el paso que están dando”, agrega
la psicóloga.
Aunque son flexibles y van cambiando todo
el tiempo, los rituales forman parte de la tradición y de la cultura. Todas las
familias heredan algunos y crean los suyos propios, así como cada una de
nosotras va forjando a lo largo de su vida esos pequeños momentos que nos
conectan con los demás y con nosotros mismos, que les dan sentido a nuestras
vidas y que nos ordenan con un orden que no tiene nada que ver con la rigidez,
según Andrea Saporiti: “Winston Churchill decía: ‘Los primeros veinticinco años
de mi vida quise orden, los siguientes veinticinco años quise libertad y los
últimos veinticinco me di cuenta de que orden es libertad interior’”.
Fuente: Marta García Terán - Agustina Lanusse
Revista “VIVÍ SOPHIA”
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